miércoles, 16 de febrero de 2011

Fuego cruzado


¡Resistencia!

Cuando escuché los disparos mi cuerpo empezó a entumecerse con un sudor imaginario, como cuando el muerto va tomando el control de nuestros reflejos en el semi-sueño. Sentía que las piernas me temblaban y que el estómago me daba vueltas como si un hámster estuviera corriendo en la rueda que lo pone exhausto hasta llegar a mi corazón. Sentado a la mitad del bus en el lugar posterior a la ventanilla, por donde los rayos del sol aún alcanzaban a entrar, miraba cierta anomalía en un mercado, mientras las hélices de un helicóptero camuflajeaban las repetidas detonaciones. Pensé en tirarme pecho tierra sobre el pasillo, pero los más extremistas ya habían ganado el espacio. El operador del colectivo parecía divertirse con el evento, pues en vez de apretar el pedal de la extrema derecha, lo contraía. Me sentí en medio de una guerrilla, con el miedo de los cobardes a que me alcanzara un proyectil.

El llanto de las sirenas presagiaba el desenlace final.

Al momento que el bus viró a la derecha me sentí amparado por los muros de concreto que nos ponían fuera de la línea de fuego, sin poder comprender la destreza o debilidad mental para congelar el tiempo en momentos difíciles que se hacen una eternidad. Las manos aún vibraban sin mi control, sosteniendo Los mil y un velorios de Carlos Monsivá+s: mutación del arte de la nota roja del siglo 19 (XIX), al amarillismo contemporáneo del 20.

Luego, a modo de consuelo, recordé el estado bélico en que nos encontramos desde hace cinco años, cuando la guerra fue declarada por la presente administración federal a una parte de la población, clasificada como crimen organizado, con saldo, hasta ahora, de miles de niños huérfanos y otros tantos miles de abusos a la población civil. Hasta entonces comprendí el sentir social de las imágenes que se muestran en televisión de países como Irak, Chacemira o Egipto, que son cada vez más presentes, no sólo en el norte de la República, sino también en la capital.

Al siguiente día busqué en los diarios de circulación nacional y local la cobertura del bélico momento que me había tocado presenciar en un punto del oriente de la ciudad. Mi empeño en los diarios sensacionalistas fue en vano, no así, en uno más serio, donde en primera plana sentenciaba que los EU advertían que en México “Los civiles, cada vez más atrapados en el cruce del fuego cruzado”.

Al final, comprobé la agonía crónica de la nota roja y de la población civil del siglo 20, de la que escribió Monsi.

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