miércoles, 9 de marzo de 2011

La infelicidad de la vocación

De pequeños casi siempre profetizamos la profesión que pretendemos ejercer de adultos, pero contra la que generalmente estamos en desacuerdo en la adolescencia, que por lo regular son del servicio público, no obstante, de terminar siendo todo lo contrario a las dos primeras. Impresionado por el reflejo del deslumbrante espejo del mar y por sus infinitos secretos debajo de él, mis primeras aventuras profesionales las imaginaba en su sumergido mundo. Ya entrado en materia más consensuada, el mayor de mis hermanos me desalentaba del mundo de las letras, con el argumento –cierto- de que la asignatura carece del estímulo económico y el reconocimiento social, ignorando el regocijo de su oficio.

La semana anterior el último Nobel en letras, Vargas Llosa, recitó en su letanía para la UAM sus infelicidades respecto a su profesión de abogado que había elegido, previo a la dedicación de las letras, para el apaciguamiento de sus insuficiencias. Dijo que a pesar de no seguir por la carrera de su profesión universitaria, remontó a su vocación espiritual, para hacer menos infeliz su existencia con el calor de las letras. En tanto, aseveró que “la cultura contemporánea relaciona el éxito económico con la felicidad, situación que es falsa”. Por lo anterior, convocó al sector estudiantil profesional a buscar la senda que los conduzca por lo que sus convicciones les dicten a fin de sufrir el paradójico gozo de lo que se quiere y que sólo se comprende cuando se ejerce lo que nos hace menos infelices, por no decir felices, para no caer en  El mito de la felicidad de Gustavo Bueno, con su metáfora de la cáscara vacía (infeliz), después de su separación de los contenidos metafísicos que le dieron origen.  O, en su defecto, la de Sócrates: sólo Dios es feliz, por estar eternamente pensado a sí mismo sin ninguna necesidad que aqueja a los mortales.

Es entonces cuando cobra vida la frase que hace referencia a que la mejor decisión se toma al momento de decidir nuestra futura profesión, posteriormente vienen otras más, como la elección de nuestra mujer, o, para ellas, su hombre, y que decir de los hijos que esto conlleva. El filósofo español, José Ortega y Gasset, promotor de las carreras en ciencias sociales, destacaba los privilegios de la universidad por lo siguiente: la cultura del hombre medio con su tiempo contemporáneo e histórico, el rechazo de la farsa en los profesionales, el raciocinio pedagógico universitario, el talento por encima del rango como investigador y, la inexorabilidad de la universidad en sus exigencias frente al estudiante.

Recientemente una encuesta del Barómetro de la Felicidad realizada en 16 países, coronó a México como el país más feliz del globo, seguido de Filipinas y Argentina. ¿Será que esa felicidad tiene que ver con las infelicidades del ejercicio de la vocación, ante el cupo limitado de la educación pública superior  y el canal de desempleo que arrastra a cientos de profesionistas en nuestro país?

La última tesis profesional que documenta la felicidad del avaro es de Charles Ferguson con su film The inside job, algo así como El trabajo interno, ganador del Óscar en su categoría, donde se retrata el reciente colapso económico de la última década que sacudió al mundo con la crisis del sistema financiero en los EU. Denuncia la irresponsabilidad de las autoridades, junto a la corrupción en las entrañas de las más importantes instituciones financieras de ese país, que a dos años del suceso, no han sido castigadas por sus fatales responsabilidades, con la amenaza empírica de que se repita la anécdota por parte del sector profesional financiero, egresado de la privilegiada Harvard, además, haciendo honor a las infelicidades-felicidades de Vargas Llosa en torno al “grave error” cuando en la profesión impera el dinero contra la vocación.

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