viernes, 8 de julio de 2011

La ignominia de Texas II

Ayer (07/07/11), en uno de los estados que nos fue arrebatado por los gringos hace más de 150 años, y, mientras gran parte de la población mexicana disfrutaba de los goles de la Sub-17 que le darían el pase a la final de la Copa del Mundo, Humberto Leal García, originario de Monterrey, fue ejecutado con tres inyecciones de indignidad en los Estados Unidos: una para tranquilizarlo, otra para dormirlo y una más para detenerle el corazón. Lo anterior, a fin de cumplir con la pena de muerte que el estado de Texas le dictó por la presunta violación y muerte de una menor de 16 años.

La condena cae en lo absurdo, al aplicarse en la nación más poderosa e influyente del planeta, considerada como progresista por sus favorables status en su modus vivendi, pues, la ley del ojo por ojo, en este caso, vida por vida (suponiendo que Leal García fuera culpable), es una medida retrograda-vanguardista de lo que fue la inquisición medieval en Europa.

La defensa del mexicano, que tomó el asunto recientemente, argumentó que en el juicio en su contra, se señalaron varias irregularidades que no fueron tomadas en cuenta, como su condena a la pena de muerte en tan solo 24 horas, después de haber sido arrestado un año después de los hechos. Sin embargo, como espectador es imposible crear un veredicto a favor o en contra de las partes afectadas, como –creo- el “comunicador” Sergio Sarmiento lo hizo en su columna periodística Jaque mate y durante la transmisión de su programa de radio, aseverando –reiteradamente en tono enfático- que en el caso “hay pocas dudas sobre la responsabilidad de Humberto Leal en la violación y muerte de la menor”, debido a que “el cuerpo de la joven tenía mordidas en el cuello y pecho, que correspondían al ejecutado”. La afirmación la hace a pesar que pruebas científicas (democracyinaction.org) han revelado que más de la mitad de las pruebas conocidas como “marcas dentales”, resultan falsas.

El “periodista” Sarmiento, al final de su columna periodística publicada en el diario Reforma concluye sus argumentos, poniendo como ejemplo el caso de la francesa Cassez en México, a quien –según el gobierno de Francia- también se le negaron sus derechos consulares, como a Huberto Leal en EU; sin embargo, -Sarmiento escribe- México (Calderón) no ha llevado a la libertad a Florence Cassez, o, su traslado a Francia para cumplir su condena. La comparación es endeble en todas las vertientes posibles, porqué; en primera, Calderón aprovecho la demanda de Francia para fortalecer su fracturada imagen política, y; en segunda, porque el mandatario francés, Nicolás Sarkozy, no ha agotado los recursos para liberar a su compatriota.

Cuando se dio a conocer que el gobernador de Texas no intervino para detener la ejecución de Humberto Leal, Felipe Calderón, confundido en la historia de su nación, aprovechó el triunfo futbolístico de la Sub-17 para engrandecerse con la nueva gesta de los niños héroes de… la selección mexicana de futbol, que buena tunda le propinaron a los indómitos alemanes.

Tomando en cuenta que Humberto Leal García fuese culpable del delito que se le imputaba, ninguna autoridad –considero- tiene derecho a privarle de la vida, ya que en lugar de fortalecer el tejido social, se desquebraja aún más, creando sentimientos de venganza entre la población, que pueden devengar en guerras como las que Estados Unidos ha emprendido contra Vietnam y, más recientemente, contra Irak.

Según fuentes que estuvieron en los últimos momentos con el mexicano, sus últimas palabras fueron de arrepentimiento y “perdón a la familia de la víctima, por lo que había hecho”; despidiéndose con una interjección para la nación que obligó a sus padres a migrar a mejores condiciones de vida cuando él era pequeño: Viva México, Viva México, Viva México. Su férrea e insumisa abogada, Sandra Babcock replicó: ¡Viva México, cabrones!

Reflexión:

Leyendo la obra Suecia: infierno y paraíso, del italiano Enrico Altavilla, que escribió a finales de los años 60s, pude comprender que las condiciones sociales y políticas de las que hoy presumen los países nórdico de Europa del norte (Suecia, Dinamarca, Finlandia, Islandia y Noruega), son consecuencia de un riguroso cambio cultural que se ha venido aplicando de generación en generación, con un desarrollo eficiente de los recursos naturales y humanos, gracias a la ayuda de la ciencia y la tecnología, con admirable respeto a la preservación y conservación de la naturaleza.

Cuenta Altavilla que para finales de los 60s, Suecia adelantaba por más de 20 años a países de Europa en materia de bienestar social, por su igualdad y libertad de género, su recaudación de impuestos reflejada en beneficio de la población, su asistencia social para las personas con deficiencias intelectuales con la filosofía de invertir en la recuperación y no en el daño, así como la costosa inversión en materia educativa y recreativa de sus habitantes, quienes después de los 70 años tienen garantizada una pensión que el Estado les otorga.

El papel de la mujer –advierte- es trascendental, al ser la guía espiritual e intelectual de los hijos, por ello, las políticas para la promoción de su desarrollo son fundamentales, ya que no existen preferencias ni arbitrariedades de género. En torno a la casa y los muebles del hogar, Enrico destaca que los muebles son diseñados conforme a las recomendaciones de psicólogos y médicos, a fin de evitar el menor estrés posible a la población, además, que el mueble más preciado y venerado no es la televisión, sino el librero. En Islandia se tiene un promedio de una librería por cada kilómetro de su superficie y la mitad de su población por lo menos ha escrito un libro, según un reportaje publicado en la revista dominical de El País.

Creo que en la medida en que apliquemos las políticas que el periodista Enrico Altavilla nos describe en Suecia: infierno y paraíso, de los países escandinavos, podremos ir erradicando las actitudes y decisiones retrogradas que aún se viven en América, sobre todo, en territorios de la Unión Americana que nos fueron hurtados bajo la complacencia de Antonio López de Santa Anna.

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